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Sobre Mí

Actualizado: 8 jul

El inicio: entre el Caribe y las montañas

Nací en Barranquilla, Colombia. Pero apenas tenía un año y medio cuando mi padre decidió que nos trasladáramos a Fusagasugá, un pueblo entre montañas, buscando nuevas oportunidades.

Fue allí donde, sin saberlo, tuve mi primer contacto con la filosofía del Tao.

Aprendí que el equilibrio no es algo grandioso ni lejano, sino que vive en lo cotidiano: en cultivar, en intercambiar, en cuidar. Que sanar también es conservar.

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Y que la medicina puede estar en la tierra, en la escucha, en la paciencia.

Sin embargo, la vida nos tenía preparada otra vuelta.

Mi madre, ante una situación extraordinaria, tuvo que emigrar sola a España. Y en ese cruce de caminos, mi padre decidió quedarse en Fusagasugá…


Mientras que mi hermano menor y yo regresamos a Barranquilla, donde vivimos al cuidado de mi tía paterna y los abuelos maternos.

Fueron tiempos extraños, de adaptación y aprendizajes silenciosos. Los fines de semana, mi abuela solía repetirme algo que nunca olvidé:“La vida es un sueño… y la muerte, simplemente, la vuelta a casa.”

El reencuentro: una promesa al otro lado del océano

Pasó un año entero. Un año en el que fuimos criados entre las historias de los abuelos, las comidas tradicionales y las tardes calurosas en la terraza, esperando alguna carta o llamada desde el otro lado del mundo. Hasta que, finalmente, ocurrió.

Papá, mamá, mi hermano y yo volvimos a estar juntos… esta vez en España.

Tenía ocho años cuando aterrizamos en Barcelona. La ciudad me pareció inmensa, ruidosa y a la vez fascinante. Todo era distinto: el idioma, la comida, el ritmo. Pero lo que más me marcó fue la gente. Fue aquí donde conocí el verdadero significado de una palabra que cambiaría mi manera de ver la vida:Ohana.

No era solo familia de sangre. Ohana también eran los amigos que te cuidan, los vecinos que te enseñan, los compañeros que cooperan, cada uno desde su don: ciencias, música, arte, letras...

Fue el principio de un nuevo tejido humano que, sin saberlo, me iba a sostener en los años venideros.

El llamado interior: raíces que despiertan

A los 16 años, en medio de todo ese mundo lleno de opciones, sentí que algo se me escapaba. Como si hubiese perdido el rumbo. Pero no era una pérdida. Era un llamado.

Mis raíces indígenas, dormidas en algún rincón de mi alma, comenzaron a hablarme.

Y fue entonces cuando comenzó otro viaje. Uno más íntimo, más profundo.

Durante casi una década, me sumergí en el estudio de la medicina oriental.

Viajé —por fuera y por dentro— a través de la sabiduría ancestral de Corea, China, Japón y Bali. Aprendí que el cuerpo habla sin palabras. Que la energía fluye como un río.

Que cada bloqueo, cada síntoma, es una historia que pide ser escuchada.

A los 22 años, la vida me llevó a Sevilla. Fueron 10 meses de aprendizaje profundo, de despedidas, de duelo… y de una gran elección:elegirme a mí misma.

Allí entendí que sanar no es tapar heridas.

Es, en el fondo, recordar quién eres.

El giro: Buñola, maternidad y comunidad

Tres años después, ya de vuelta en Barcelona y viviendo de forma independiente, otra causalidad tocó mi puerta. Mi alma pedía un cambio. Y lo escuché.

Me mudé a Buñola, en las Islas Baleares. Y mi vida dio dos vueltas completas de 360°.

Primero, solté a mi Ohana catalana, aquella tribu que me había acompañado desde los ocho años. Luego, me lancé a construir una nueva.

A los 27 años, me convertí en madre. Y mi hija llegó como un faro. Una luz cálida que me mostró otra forma de estar en el mundo.

Con ella, nació también el deseo profundo de ser una madre consciente.

De acompañarla desde el amor, la sabiduría emocional y el respeto por su esencia.

De criar desde la presencia, no desde la exigencia. Aunque a veces mi propia exigencia aparece.

La visión: una comunidad con alma

Pero la historia no termina ahí. Porque la maternidad no me frenó. Me impulsó.

Desde ese nuevo centro, creció una visión:crear una Asociación.

Una comunidad de personas conscientes, emprendedoras, alineadas con su esencia.

Un espacio vivo donde podamos producir alimentos, elaborar productos naturales, ofrecer talleres, terapias, cursos…

Pero, sobre todo, recordarnos entre nosotros quiénes somos.

Volver a la raíz.

Volver al cuerpo.

Volver a la tribu.

Volver al origen.

 
 
 

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